Justificar, argumentar y defender nuestros juicios es el deporte favorito de la humanidad. Dice Jesús en Un curso de milagros con relación a los juicios, que es curioso que una habilidad tan debilitante goce de tanta popularidad. Y es que constantemente estamos juzgando, pareciera que los juicios que hacemos se reproducen tan automática y rápidamente como lo hacen las bacterias. Ahora bien, ¿es posible cambiar esto? Por supuesto que es posible, nuestro estado natural es de paz y unidad, no juzga porque sencillamente se sabe uno con todo lo que es.
Los juicios dieron origen a la culpabilidad y, por ende, a la creencia en el castigo y la separación. Entregamos nuestra paz a cambio del deseo de juzgar, pues juzgar da cuenta de un supuesto “saber”. Y digo “supuesto” porque por más que nos esforcemos, no sabemos nada. Solo la Inteligencia Universal (Dios) que nos sustenta, sabe y conoce el pasado, el presente y el futuro, de manera que, si recorremos el camino de regreso, al reconocer que no sabemos, nos daremos cuenta de que, sencillamente, es imposible juzgar.
Los juicios siempre están sustentados en la arrogancia de quien cree saber, generando así ideas como:

Y de ahí se derivan los malos y buenos sucesos, las personas correctas e incorrectas, las comparaciones, la culpa y todo lo que nos divide.
Los juicios son interpretaciones siempre fragmentadas, pues provienen de conclusiones basadas en la percepción de quién los emite, por tanto, dependen totalmente del observador y su sistema de creencias.
Los juicios entrañan temporalidad. Tan solo pregúntate: ¿Cuántas veces has juzgado algo y luego cambias de parecer?
Cuando has hecho juicios sobre alguien… ¿Conocías toda su vida? ¿Sabías sobre las circunstancias que influyeron en su personalidad, sus miedos, sus actitudes, sus acciones?
Cuando has hecho un juicio sobre lo que debiera suceder en este momento… ¿Conoces los caminos que siguen? ¿Sabes lo que sucederá a partir de esto? ¿Conoces lo que más te conviene realmente?
Suposiciones, anticipaciones y una arrogancia que cree saberlo todo, cuando solo tiene acceso a apartes de este instante que llamamos vida, con la que muy identificados, luchamos para dirigirla, controlarla y sufrir a cambio de lograr que sea a nuestra manera, como dioses rebeldes, como si fuese posible...
Juzgar es una práctica tan automática que ni siquiera nos damos cuenta de la cantidad tan absurda de energía que desperdiciamos cada día intentando argumentar y encontrar las pruebas que sustenten nuestras verdades a medias.
Perder no es una opción dentro del programa que nos gobierna porque así lo elegimos cada día, porque nos interesa lo que nos ofrece y nos ha convencido de la necesidad de ganar a costa de lo que sea.
Es por ello que a ese programa le hemos llamado “ego”, palabra de origen latín cuyo significado es “yo”. De manera que el programa me hace creer que esos pensamientos son mi identidad. Así pues, si pierdo, muero. Mejor justifico y argumento mis juicios antes que morir.
Un curso de milagros es una enseñanza que me ha atrapado por su radicalismo frente a los juicios. Fui una buscadora espiritual desde niña y puedo recordar que, si había algo que me causaba una incomodidad insoportable, era intentar pertenecer a un grupo religioso, dogmático o que se llamara a sí mismo “espiritual”, uno que encontrara todas las razones necesarias para juzgar a los que no pensaban como ellos y así sentirse que eran los buenos y los dueños de la verdad. Aclaro que estas personas no son culpables de esto, lo natural es sentir ese deseo de recordar nuestra bondad esencial, nuestra inocencia… y juzgar es la vía que aprendimos. Sin embargo, el recuerdo de la inocencia no florece cuando otros son culpables, emerge cuando vemos más allá de los errores, al eterno Amor que nos habita y nos une a todos sin excepción.
El curso nos confronta constantemente y nos motiva a un solo objetivo: la paz. Para ello nos muestra el dolor, el miedo, el horror, la culpa y el conflicto que experimentamos al juzgar. Así, viendo de frente todo lo que creemos despreciar y dándonos cuenta de que lo elegimos cada día, una y otra vez, vamos reconociendo el camino que realmente deseamos recorrer, un camino de inocencia, confianza, rendición, humildad y unidad, el único camino que conduce a la tan anhelada paz.
Es tan dulce este camino que no te juzga por juzgar, no te lleva a sentirte culpable ni te castiga, no. Es un camino amoroso porque lo guía el Amor, es un camino misericordioso y amable porque el Amor no te agrede ni te obliga, sino fuera así, no sería Amor. Solo debemos estar atentos, presentes, alerta a nuestros juicios para verlos y entregarlos, pues ni el programa ni el personaje que crees ser, es real. ¿Lucharías contra lo que no es real? No tendría sentido. Las ilusiones son llevadas a la verdad para recordar que seguimos siendo tal como Dios nos creó.
No descalifiques al otro ni hables a sus espaldas. No disminuyas a tu hermano, no le agredas ni te burles de él. No compitas. La sensación de poder y valía que te otorga esto es demasiado efímera y luego vendrá la culpa, pues eres Amor y el Amor jamás se sentiría a gusto ante el ataque… no hay otro, eres tú. El peor asesino o el criminal más cruel no merecen tus pensamientos de ataque, pues tú no los mereces y esto solo te daña a ti. “Las ideas no abandonan su fuente”, dice Jesús en el curso, algo que tiene mucho sentido. O pregúntate, cuando sientes rabia hacia otro, ¿quién la experimenta primero? Y cuando amas, ¿quién siente esa expansión en el pecho? Tal vez el otro jamás sepa lo que sientes, mas todo lo que eliges sentir siempre está proyectando tu miedo o extendiendo el Amor que ya es en ti.
Jesús dice en Un curso de milagros que
no tenemos idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con nuestros hermanos sin emitir juicios de ninguna clase”.
Permítete el regalo de experimentar el Amor real, el que elige unirse a todo lo que es sin distinción, el que deja de vivir en automático para, en su presencia, recibir en lugar de fabricar, Amar en lugar de temer, aceptar en lugar de rechazar, confiar en lugar de anticipar, experimentar paz en lugar de seguir alimentando el conflicto.
Jesús :
Cualquier intento que hagas por corregir a un hermano significa que crees que puedes corregir, y eso no es otra cosa que la arrogancia del ego” .